Cinco mil kilómetros soñando

Será un imborrable recuerdo, seguro, pero no está en ninguno de esos rincones dónde se guardan las experiencias que he vivido. Ni puedo contarlo igual que ellos ni lo he sufrido de igual manera. No he nacido en medio de un conflicto y no he estado, aún, sobre un terreno tan cruel y tan hostil como aquel en el que entre hermanos llegan a matarse de forma indiscriminada. En Siria, según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, el conflicto ya ha dejado más de 7.000 niños y niñas muertos. ACNUR y UNICEF estiman que más de 2 millones de niños sirios se encuentran desplazados en el interior del país y que más de 5 millones viven en situación de riesgo, sufriendo la violencia, el desplazamiento a gran escala y la escasez de recursos básicos.

 Los niños y niñas de Siria aprecian la paz de otra manera.

La paz es el bien más deseado por toda la humanidad.

UNA ENTRE UN MILLÓN

Nacer en guerra, crecer en Melilla

Cuentan, los ojos de los niños y niñas sirios que viven en Melilla, que dejan atrás un lugar en el que sus mayores resuelven sus diferencias con bombas, con armas, con dolor. Con muchísimo dolor. Cuentan, además, que tras un largo viaje de casi dos años aún no saben cuando acabará.

Foto: Ángela Ríos ©

Foto: Ángela Ríos ©

Cuentan como sus padres han logrado escapar llevándose lo que han podido. O sea, nada. Cuentan que dejaron bajo los escombros todo aquello con lo que soñaron y se fueron. Hashim me dice que intentó hacer una llamada de última hora: «Mi familia no respondía, las líneas de teléfono dejaron de funcionar. Esperé a mi mujer y a mis hijas y nos fuimos con un vecino que se ofreció a llevarnos. Estaba solo, no tenía a nadie. No había tiempo. Nuestro destino era morir».

Empezar de nuevo

Ata nació hace tres años en Alepo, al noroeste de Siria. Las cicatrices que esconde tras la ropa y que su padre Hashim me enseña, en distintas zonas de su cuerpo, son consecuencia de los bombardeos que se produjeron sobre la población de su ciudad cuando él tenía apenas un año de vida. «Mira, mira como está su brazo por una bomba que explotó cerca de nuestra casa. Mi mujer y mis hijas no habían llegado aún pero él y yo estuvimos cerca de morir», cuenta Hashim a las puertas del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes en Melilla. Desde aquel preciso instante Hashim tomó la decisión de abandonar su ciudad, su tierra, su pequeño trozo de tierra: «No es fácil recorrer  más de 5.000 km y llegar hasta aquí; hemos cruzado demasiadas fronteras, casi dos años después de salir de Siria, hasta llegar a Melilla. Tengo un hermano y una hermana que están en Nador aún, a la espera de poder entrar. No es justo, huimos de una guerra, mira las heridas de mi hijo». Hashim vuelve a levantar las mangas de la sudadera del pequeño Ata para enseñarme su brazo izquierdo: «Sólo queremos que nos dejen llegar a Francia, en París yo podría recuperar mi trabajo pues el banco en el que trabajaba en Siria, Société Générale, prometió que me ayudaría cuando llegara a Europa. Pedimos justicia, nuestros derechos como refugiados, nada más».

Foto: Fernando Gutiérrez ©

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 Ata dejó Alepo con su familia poco antes de cumplir su primer año de vida.

Hoy pasa las horas jugando junto al resto de niños sirios acogidos en el CETI en Melilla.

Cinco mil kilómetros soñando

Aaminah, a sus nueve años, forma parte del millón de niños y niñas refugiados como consecuencia de la guerra civil en Siria. No entiende de bandos. No conoce, ni siquiera, el nombre del temido presidente de su país. Aminah sólo piensa en jugar y en ser feliz. Como cualquier niña a su edad feliz. En Melilla o en París, en Nador o en Berlín, pero lejos de la guerra, por fin.

Fotos: Fernando Gutiérrez ©

Foto: Fernando Gutiérrez ©

 Niña siria en la entrada del CETI en Melilla.

Foto: Fernando Gutiérrez ©

Foto: Fernando Gutiérrez ©

Una despedida detrás de otra 

Sueñan con irse y se van. Cuando llega la hora de partir, no tienen tiempo para más, no miran hacia atrás. Se han acostumbrado a ello. Los recuerdos quedan y los malos ratos se olvidan. Son niños, nada más que eso, ¡niños!. A muchos de ellos la vida les ha hecho vivir experiencias terribles. Las pistolas y las bombas, la guerra, el huir de no se sabe qué o quién, las noches en las que el ruido no te deja dormir, el calor, el frío, la soledad… A muchos de ellos sus padres les han dejado en manos de otros padres, en manos de extraños: «Al llegar a Nador pagamos a una mujer y a un hombre para que cruzaran la frontera con nuestro hijo. Primero entramos nosotros y, una semana después, logramos reencontrarnos con él. Entonces pagamos otra vez», me asegura un matrimonio sirio con el que coincido por casualidad en el autobús municipal que cubre la línea que pasa por el CETI. Las despedidas entre inmigrantes son habituales y las salidas con destino a la península se producen prácticamente a diario. En los últimos meses sirios y subsaharianos han llegado a distintas ciudades españolas con el objetivo de seguir soñando, ahora más tranquilos, con una vida mejor. Después de recorrer cinco mil kilómetros y vivir en condiciones infrahumanas, no pueden olvidar a aquellos que siguen en el camino y al otro lado de la frontera.

Niño sirio llorando porque se van los amigos con los que ha coincidido en el CETI en Melilla 

Foto: Fernando Gutiérrez ©

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Una razón para vivir

Dicen que lo mejor y lo peor del ser humano, sus sentimientos más profundos, florecen en las situaciones extremas. A las familias sirias que han llegado en los últimos meses a España cruzando la frontera en Melilla, lejos ya del conflicto y de los peligros de una guerra, la vida les regala la oportunidad de seguir soñando. Como esta joven madre siria, que posa feliz junto a su hijo recién nacido.

Foto: Fernando Gutiérrez ©

Foto: Fernando Gutiérrez ©

Un motivo para la esperanza

“Lo que está en juego no es ni más ni menos que la supervivencia y el bienestar de una generación de seres humanos inocentes”, aseguró en una entrevista Antonio Guterres, Alto Comisionado de ACNUR. “Los niños, niñas y jóvenes de Siria están perdiendo sus hogares, sus familiares y su futuro. Incluso después de haber cruzado una frontera en busca de seguridad, estos menores están traumatizados, deprimidos y necesitan urgentemente una razón para mantener la esperanza”.

Foto: Fernando Gutiérrez ©

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No hay distancia que separe al ser humano de alcanzar aquello con lo que sueña.

En la imagen niños sirios arrastran maletas en su salida del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes en Melilla.

«Es necesario que, al mismo tiempo que se redoblan los esfuerzos para alcanzar una solución política a la crisis en Siria, las partes en conflicto detengan sus ataques dirigidos contra la población civil y pongan fin al reclutamiento de menores. Se debe garantizar que los niños, niñas y sus familias puedan salir de Siria sin peligro y las fronteras permanezcan abiertas para que puedan cruzarlas de manera segura».

Foto: Fernando Gutiérrez ©

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SIGAMOS SOÑANDO

Foto: Lucía Riera ©

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